lunes, septiembre 26, 2011

El problema griego

La Unión Europea empezó como una comunidad de propietarios en la que todos los vecinos estaban en el taco. No se discutía ni quién pagaba los gastos comunes. Un mes los pagaba el Notario, otro los pagaba el cirujano plástico, al siguiente los pagabael banquero. ¡Pá cuatro ricos que somos!

Pero a esa comunidad de propietarios fueron llegando vecinos menos pudientes, aquéllos a los que la renta no les sale positiva. Y empezaron a devolver cuotas de comunidad. Pero no pasó nada, ahí estaba el vecino del 5º, Registrador de la Propiedad, que ancha es castilla, socorría a la comunidad adelantando el dinero debido por los morosos. Y el fin de la comunidad llegó cuando construyeron una planta más, y sortearon los pisos construidos. Los recién llegados ya avisaron al administrador que ellos lo que querían eran ayudas, no cuotas. Y así se mantuvo la cosa hasta que el Registrador de la propiedad dijo que no pagaba más. Que si el del 8º no pagaba sus cuotas, lo menos que tenía que hacer es levantarse temprano e ir a buscar trabajo. Que si no tenía para pagar la derrama del ascensor, que no comprara langostas en el mercado.

En esta comunidad de vecinos que es la unión europea, los griegos nos han metido en un problema, con su administración corrupta, su gestión financiera y su gobierno inútil, entre otras cosas. Y pronto, los otros vecinos llamados Bulgaria, Rumanía, Polonia, Hungría, Chipre, Estonia, Letonia y Lituania dirán: "Si el vecino griego no paga, nosotros tampoco".

Bajo la crisis griega subyace un gobierno que despilfarra, una administración holgazana y corrupta, pero también un pueblo acomodado que ha permitido todo ello.

Ya lo narraba Tucídides, en la "Historia de la guerra del Peloponeso", cuando refiriéndose a la maldad de los corruptos y a la bondad de Pericles, decía que "era una política que en los casos de éxito redundaba sobre todo en honor y provecho de los particulares, pero que en los fracasos acarreaba a la ciudad un quebranto para la guerra. La causa de Pericles, que gozaba de autoridad gracias a su prestigio y a su talento, y resultaba además manifiestamente insobornable, tenía a la multitud en su mano, aún en libertad, y no se dejaba conducir por ella, sino que era él quien la conducía, y esto era así porque, al no haber adquirido el poder por medios ilícitos, no pretendía alagarla en sus discursos, sino que se atrevía incluso, merced a su prestigio, a enfrentarse a su enojo".

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