miércoles, marzo 11, 2009

Los amargados de la vida de Watzlawick y el torero envidioso


Paul Watzlawick fue un filósofo norteamericano nacido en Austria, pionero en los estudios sobre comunicación humana, y, junto con otros científicos, creador durante la década de los setenta de la escuela de psicología de Palo Alto en California.

Fue uno de los principales autores de la Teoría de la comunicación humana y del Constructivismo radical, y una importante referencia en el campo de la Terapia familiar, Terapia sistémica y, en general, de la Psicoterapia.

Watzlawick escribió un simpático libro titulado "El arte de amargarse la vida", en el que distinguía dos tipos opuestos de individuos en lo que se refiere a la forma de concebir las relaciones con los demás. Un extremo serían los "simbióticos", cuya concepción definía como ganar/ganar. En el otro extremo estarían los que veían las relaciones como un juego de suma cero, es decir en el que cualquier ganancia debía ser a costa de una pérdida para la otra parte. El autor afirmaba que a esta última clase de sujetos es muy difícil convencerles de que en las sociedades modernas la vida no es un juego de suma cero, y que por tanto tenían mucho más que ganar si optaban por cooperar con el prójimo en vez de enfrentarse con él.

Hay individuos en la sociedad a los que la envidia les amarga la vida. Conforme al Diccionario de la Real Academia, en una primera acepción, la envidia es sentir tristeza o pesar por el bien ajeno. De acuerdo a esta definición lo que no le agrada al envidioso no es tanto algún objeto en particular que un tercero pueda tener sino la felicidad en ese otro. Entendida de esta manera, es posible concluir que la envidia es la madre del resentimiento, un sentimiento que no busca que a uno le vaya mejor sino que al otro le vaya peor.

De acuerdo con una segunda definición, la envidia es emulación, deseo de algo que no se posee. Siendo en este caso que lo envidiado no es un sujeto sino un objeto material o intelectual. Por lo tanto en esta segunda acepción la base de la envidia sería el sentimiento de desagrado por no tener algo y además de eso el afán de poseer ese algo. Esto puede llegar a implicar el deseo de privar de ese algo al otro en el caso de que el objeto en disputa sea el único disponible.


Una tercera posibilidad para comprender lo que la envidia implica sería la combinación de las dos acepciones mencionadas anteriormente. Cualquiera sea el caso, la envidia es un sentimiento que nunca produce nada positivo en el que lo padece sino una insalvable amargura.

Todo esto se relaciona con la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes. Es una medalla que concede el Ministerio de Cultura de España a aquellas personas o Instituciones que destaquen en los campos literario, dramático, musical, coreográfico, de interpretación, etc.

Este año ha sido concedida, entre otros, al torero Francisco Rivera Ordóñez, cuyos genes hacen el paseíllo con influencias de su padre, de su abuelo, de sus tíos... Y cuyo arte, innato, ha sido depurado corrida tras corrida, por su propia técnica y con el consejo, impagable de toreros como Espartaco y Pepe Luis Vázquez.

No ha gustado mucho la concesión de la medalla a los envidiosos. Pero hay que recordar que la medalla es al arte. Y si hay algo subjetivo en la vida es el arte, porque es la visión personal de lo que interpreta Rivera con la muleta y el capote.

Habrá gente que no vea arte en una película de Florinda Chico, en un zapato de Manolo Blahnik, en una canción de Miliki, en un cuadro de Antoni Clavé o en un vestido de Ágatha Ruiz de la Prada. Habrá otros que sí verán arte en un plato de Ferrán Adriá, en una seguirilla de Fernanda de Utrera, en un chiste de Mingote o en una escultura de Chillida. Todos ellos tienen la medalla de oro al mérito en las bellas artes.

Nadie se imagina a Susan Sarandon, a Kathy Bates o a Jodie Foster devolviendo el Oscar a la mejor actriz porque este año se lo hayan concecido a Penélope Cruz, por mala que sea la película o por mal que interprete la de Alcobendas. Solo lo harían por envidia. Porque los que han criticado a Rivera son uno envidiosos. Los de su generación, porque no le llegan ni a las taleguillas. Los de la generación de su padre, porque no le hicieron sombra, y los de su abuelo, porque no llegaron al nivel ni para sacarle brillo a sus manoletinas.

Y ojo a la corrida del lunes de feria, en la que el medalla de oro al mérito comparte cartel con el Juli y José María Manzanares. Los envidiosos han podido despertar a un león dormido. Suerte y al toro, maestro.