domingo, diciembre 11, 2011

Cuento de Navidad.

Mi nombre es David. Tengo 8 años. Vivo en Belén, en una pequeña casa que construyó mi padre con barro y cañas cuando el temporal echó abajo la anterior en la que vivíamos. Los niños de mi edad dice que es una chabola, pero mi madre insiste siempre diciéndome que esto es solo una parte de la gran casa en la que algún día viviremos. Mis dos hermanos pequeños y yo queremos creerla. Saúl, mi hermano de año y medio está muy enfermo. El mal tiempo ha matado a la mitad del rebaño que cuida mi padre y la tierra hace ya dos años que da malas cosechas.

Hace tres días que llegó el invierno. El frío es horrible y acaba de ponerse el sol. Desde ayer apenas he comido nada. Sólo unos nabos hervidos en el desayuno. Somos muy pobres. Mi único juguete es un tambor que mi padre me hizo con piel seca y curtida de cabra. Estaba en el portal de mi “casa” esperando a que mi padre regresara con el rebaño cuando de pronto ví acercarse a tres hombres a camello con un gran número de sirvientes.

- Muchacho – me dijo uno de ellos, negro como el betún. -¿Has visto a una familia de forasteros con un recién nacido por aquí?

- Sí señor – contesté- llegaron esta mañana. Era un hombre alto con barba y túnica marrón. Su mujer, muy joven guapísima y con una barriga enorme. Pidieron posada, pero se la negaron por órdenes de Herodes. Como la Señora tenía muchos dolores, fueron a cobijarse a una cuadra. Está cerca. Sobre medio día debió nacer el bebé porque se escuchó llorar.

- La estrella nos ha guiado bien, Melchor – dijo el de la barba blanca. – Al fin. Gracias muchacho. Ahora vayamos a ver a ese bebé.

- ¿Por qué? ¿Quién es ese bebé para que tengáis que verlo? – le pregunté al negro.
El hombre vestido con ropajes de colores rió. –Bendita curiosidad infantil –dijo. – Ese recién nacido, ese bebé, cambiará el mundo algún día. Llevamos toda nuestra vida estudiando unas señales que nos indicaban que hoy nacería un rey, un Dios, que haría que los hombres se amasen los unos a los otros. Esa estrella enorme que ves en el cielo, justo sobre nosotros, nos ha indicado el camino. Venimos desde muy lejos para adorarlo y traerle regalos. Todos vosotros deberíais hacer lo mismo.
Los tres hombres a camello se marcharon con su cortejo poco antes de que llegara mi padre.

- Papá, papá, ¿sabes que ha nacido un Niño Dios? ¿Sabes que tenemos que hacerle un regalo? ¿Lo sabes?

- He oído cosas raras esta tarde del resto de pastores.

- ¿Podemos ir a hacerle algún regalo¿ ¿Podemos papá?

- Me gustaría David, pero no tenemos nada que podamos darle. He traído comida para mamá y tus hermanos. Come algo y vete a la cama. Debes estar hambriento.
- Déjame ir a verlo, papá. Por lo menos ir a verlo.

- Vete, pero ten cuidado, ha nevado mucho y el valle está cubierto de nieve.
De inmediato cogí mi tambor y crucé corriendo el valle, con la nieve que me cubría hasta los tobillos, en dirección al camino que lleva a Belén. Al llegar, me encontré con los tres hombres a camello, que dejaron al Niño oro, incienso y mirra. Algunos pastores dejaron pieles, leche y comida para los padres. El lugar estaba lleno de paz. La madre, tumbada en la paja y cubierta con una manta, tenía al bebé a su lado. Él estaba despierto, tenía pelo y ojos oscuros con los que observaba atentamente a los que se acercaban.

Yo me quedé fuera. Me daba vergüenza no tener nada que regalar. No podía llegar con las manos vacías. Cuando todos se habían ido, la madre del niño se fijó en mí.

- ¿Qué haces tú ahí? ¿No tienes frío?

- ¿Puedo ver al bebé? –le pregunte.

- Pasa pequeño, ¿Cómo te llamas?

Entré en el pequeño cobertizo, había allí una mula y un buey que daban calor. – Me llamo David, respondí.

- ¿Tocas el tambor? Me dijo la madre. – Hazle un regalo a mi hijo. Él se llama Jesús. Toca flojito, a ver si se duerme.

Y entonces me coloqué el tambor, saqué los palillos y toqué para él mientras el pequeño me sonreía.


Feliz Navidad, Feliz Año nuevo y Felices Pascuas Reyes