sábado, octubre 09, 2010

A Nico se le va la olla y se mete a novelista

Ya que el relato de "El primero y definitivo en cumbres" no resultó ganador del III premio de relato corto para jóvenes, Nico Domínguez se ha venido arriba, se ha entusiasmado y ha escrito otro que os dejo a continuación. Si "El primero y definitivo en cumbres" pecada de un poco de sosería, era algo maricona y sentimental, este nuevo que os presento en primicia es todo lo contrario, es rotundo, brutal, directo, es una metáfora de la vida. Sigue siendo un relato corto, con un máximo de 9 folios a doble espacio a letra 12, y ya me diréis qué os parece. En todo caso, si un editor desea contratar sus servicios, tiene que dirigirse a su representante, o sea, a mí.

Ahí va eso.


SE MIRABAN ENTRE ELLOS Y SE SONREIAN.

Sevilla, martes 9 de febrero. 10:20 h.

Me llamo Venancio Pii del Poo-Calabuig. Pii de primer apellido. Del Poo-Calbuig de segundo. En realidad el “del” me lo he inventado yo, ya que si no sonaría Pii Poo, y la gente me llamaría PIPO, que es como me han llamado durante años. Me revienta que me llamen PIPO.
- ¡PIPO, POPI!- Me dice uno de los compañeros del trabajo. Se creerá que tiene gracia. Soy empleado de una compañía de seguros, grabo datos de pólizas en el ordenador, y estoy mosqueado con el resto del mundo. Absolutamente con todo el mundo, no hay nadie que se quede fuera. Se están acercando un grupo de agentes de seguros a mi mesa. Ahí vienen, todos riéndose, gesticulando. Seguro que se están riendo de mí. Parece como si pudiera leerles los labios. Están diciendo, calla, calla que se va a enterar el PIPO. Y el otro como que dice ah, que va, este no se entera de nada.
- PIIIIIPO, POOOOOPI, mira que te traigo, mira lo que tengo para tí, mira que cantidad de pólizas, anda para que te entretengas, para que juegues con el teclado y me grabes todo esto. Anda deprisita, que lo quiero para esta tarde. Anda PIPO.
- PIIIIIPO- dice el muy mequetrefe, y los demás se ríen.
- Me voy a desayunar, no se si los tendré para esta tarde- le digo. Pero en realidad no los voy a tener para esta tarde. Seguro que no. Por mis cojones que no los voy a tener grabados.
Me voy a desayunar al bar que hace esquina con el edificio de la oficina, llamado “El remonte del barrilete”. Voy solo. Los otros compañeros salen unos a las 9 de la mañana, muy temprano para mí, y otros a las 11:30, que ya es muy tarde. Y todos fuman y llenan el ambiente de un insoportable olor a tabaco.
- ¿Café?- me dice el camarero de camisa blanca semi abierta, que deja ver una cadena dorada de la que cuelga un escudo del Betis. El camarero se da más importancia que el ministro de Economía. Es de esos tipos que se creen graciosos, que te cuentan un chiste sin que tu se lo pidas y lo cuentan en voz alta para que se entere el tipo que está en la otra punta del bar.
- No, te hecho en la leche, por favor- le digo.
- ¿Tostadita?- me vuelve a preguntar.
- Entera de aceite y york.
- ¿Entera de aceite y york?
Me quedo mirando al gracioso del camarero. No sé por qué hay gente que pregunta algo que ha oído perfectamente. Qué es lo que no habrá comprendido, el aceite o el york. Debería preguntarle si además de tonto es sordo. Al final me quedo callado y miro hacia otro lado. El mamarracho pone un plato en la barra y coge dos lonchas de york y una aceitera. Podía haber cogido el york con unas pinzas el muy cerdo, pero lo ha hecho con las manos, separando las lonchas con unas largas uñas que terminaban en negritud. Las cucharas están todas dentro de un vaso, con el mango hacia abajo. Las ponen así para que quepan más en el vaso. Pero así el camarero, cuando las coge, le pone los dátiles a la parte de la cuchara que tu te mentes en la boca. Debería matar a este tipo inmediatamente.
- Te hecho en la leche para el caballero- grita el simpático. Pruebo el té y me ha puesto un te verde. Te verde con leche. Será desgraciado. Y además está frío. El te hay que hacerlo en agua o leche hirviendo, porque si no no suelta su propiedades.
- Esto está frío, y además es te verde- le digo al papafrita del camarero.
- Vaya por Dios, pues no tenemos otro te. ¿Se lo caliento?
- Claro que me lo calientas, no ves que te estoy diciendo que está frío.
Termino de tomar el repugnante desayuno y vuelvo al trabajo a seguir grabado datos. Todos iguales. Nombre, apellidos, dirección, nº de póliza, riesgo, valor asegurado, etc... Todos los días ocho horas haciendo lo mismo, y escuchando PIIIIIIPO, POOOOOPI. No sé cuanto podré aguantar.
Al entrar me encuentro con el director general, D. Anastasio de la Mora y Corrientes.
- Buenos días señor- le digo.
- Hola, tu eres, ah si tu eres, ya me acuerdo, no me lo digas, tu estuviste antes a las órdenes de, ¿verdad?
Está claro que no tienen ni idea de quien soy.
- Venancio señor, del departamento de...
- Ah, Venancio, hijo, Venancio, sí claro, tienes que hacer un esfuerzo. Esta compañía no puede subsistir con gente que no está implicada al máximo en la compañía. Productividad, Venancio, y apostar por la calidad. No hay otro camino, se que estás poniendo de tu parte, pero hay que volcarse en vida, hogar y vida, Venancio, tienes que seguir creciendo.
El Director General me está confundiendo, debería decirle que soy el grabador de pólizas, y que cada mes grabo más que el anterior. Me callo y le digo que el mes que viene será mejor, sin duda.
Vuelvo a mi sitio a seguir con la rutina. Los agentes siguen riéndose. ¿No deberían estar en la calle vendiendo seguros? ¿Qué hacen aquí todos riéndose? No puedo no sentarme porque tengo un incordio anal de la gran puta. Me meto corriendo en el baño y cago hasta el apellido. Uff, que a gusto me he quedado. Vuelvo al sitio y no llevo ni dos minutos sentado y vuelven los retortijones. Esto no puede ser. Seguro que ha sido el guarro del camarero del bar donde desayuno, que es más guarro que una uña. Otra vez camino del servicio, y por el pasillo me encuentro al otro director, al de la sucursal, D. Felipe McArthur Espinetta.
- Venancio, hijo, como estás vos? Venancio, mira, con todo el respeto, pero tienes que estar en tu sitio. N podemos estar deambulando de un sitio para otro, con todo lo que hay que hacer.
- Don Felipe, que voy al servicio.
- Sí ya, ahora al servicio, ahora a esto luego a lo otro, qué se yo, chau, chau, pero hay que estar laburando cada uno en su sitio.
Miro al Director con cara de asombro, y le digo de manera aún más clara: - D. Felipe, que me estoy cagando.
-Venancio, hijo, al trabajo hay que venir, duchado, desayunado y cagado. Ale. Al laburo. Granaaaada, tierra soñada por mí.
Se va el engominado Director escaleras abajo cantando zarzuela. Debería matarlo también, junto a los agentes de seguro y al camarero del bar. Son las 11:45 de la mañana. Llevo dos días din dormir y ya he cagado cuatro veces, las tres últimas con diarrea.

Sevilla. 18:00 h.
La sucursal se ha quedado sola. Únicamente estoy yo grabando pólizas. De vez en cuando aparece el guarda de seguridad en su ronda de vigilancia. Nombre del asegurado: Escolástico. Apellidos: Rabufetti Fuerteventura. Nº de póliza..... Estoy metiendo esos datos cuando de repente escucho otra vez las risas de los agentes.
Ja,ja,ja,ja,ja, PIIIIPOOOOO. No puede ser estoy solo. Me levanto y miro por el ventanal desde el que se aprecia la planta de abajo de la agencia. No hay nadie.
PIIIIPOOOO. Se están riendo. Se están riendo de mí. PIIIIPOOOO con sus cagaleras- dicen.
- Se están riendo de tí, tienes que matarlos, escucho una voz.
- ¿Quién eres? ¿Dónde estás?
- Soy tu. Venancio. El Venancio al que no te dejan oír esos que se ríen de tí. Debes matarlos a todos porque se ríen y se mofan de tí. Dales un escarmiento. No dejes que nadie más se ría.
- Cállate- digo. Apago el ordenador sin cerrar sesión y salgo corriendo de la oficina. Tengo que descansar. No puedo estar otro día más sin dormir. Seguramente no habré escuchado nada. Será mi imaginación. Será producto del cansancio. No quiero volver a pensar en ello.

Mairena del Aljarafe (Sevilla), 19:15 h.
He tardado una hora y cuarto desde la oficina hasta mi casa. ¿No estaba el Aljarafe a cinco minutos de Sevilla? Además me he encontrado un papelito de denuncia de la empresa de la zona azul por aparcar sin el resguardo. ¿Pero si no hay sitio para aparcar en Sevilla, por qué encima hay que pagar por encontrar los pocos sitios que hay? Los que te denuncian por la zona azul van disfrazados de policía. Y llega un momento en que se van a creer autoridad. No pienso pagar nada.
El cansancio me puede. Me dejo caer en el sofá y el sueño me puede. Por fin, parece que voy a quedarme dormido. Es lo que necesito. Se me cierran los ojos, la respiración se hace más lenta, y cuando parece que voy a caer en brazos de morfeo...
RIIIINGGGG, RIIIINGGGG. La puerta. Por Dios quién será.
Abro y me encuentro a un jiposo en la puerta. Sin decir buenas tardes, ni presentarse ni nada, me suelta: - ¿Por qué no colaboras con nosotros que estamos en contra del capitalismo?- me dice mientras jalea una hucha que tiene en sus manos.
- Me has despertado- le digo. -Llevo dos días sin dormir y cuando lo iba a hacer me has despertado.
- Vale, pues eso, pero te digo que por qué no colaboras con ...
- ¿Y por qué no te vas a la puta que te parió?- le interrumpo yo.
- Ah, fascista, capitalista, insolidario, viva la República, seguro que te gustan los toros, cabronazo, inmovilista- me dice a gritos el melenudo lleno de piercings mientras se va escaleras abajo.
Bueno, si lo vuelvo a intentar, me quedaré dormido. Seguro. Vamos allá. Voy a cerrar los ojos, y me doy cuenta que el móvil está vibrando. Número oculto. Lo cojo y es una sudamericana que me pregunta si tengo línea de internet.
- Sí tengo.
-Y con quién.
- Y a usted qué le importa señorita.
- Es para ofrecerle una oferta.
-No la quiero señorita, estoy contento con la que tengo.
-Pero lo que yo le ofrezco es más barata seguro.
-Ya lo sé, pero lo que quiero ahora es dormir, y ud no me deja, señorita.
-Pero mire ud que si me dice la compañía con la que tiene contratada...
-Que no señorita, que no se lo digo, que no me interesa.
-Señor, la oferta que quiero hacerle consisten en ...
- Vaya ud. al carajo señorita. Y no me vuelva a llamar.
Me van a reventar los empastes de la fuerza con la que estoy apretando la mandíbula y de repente vuelvo a escuchar la voz.
-Lo ves, se están riendo de ti. Tienes que hacer algo. Esto no puede quedar así. Coge la escopeta, límpiala y llénala de cartuchos pro lo que pudiera pasar.
Creo que es lo mejor que puedo hacer. A ver si así se calla la voz. Efectivamente desde que obedezco a la voz, deja de hablarme.

Mairena del Aljarafe. 23:00 h.
He limpiado mi escopeta automática del calibre 12. Tengo 6 cartuchos dentro y una canana con otros 20 cartuchos preparada. He cenado algo y me voy a meter en la cama. Solo pido dormir un poco, aunque sean tres horas. Pero algo con lo que poder descansar y tener mi cerebro en mínimas condiciones. Cuando estoy en la cama y apago la luz, vuelvo a escucharle.
- Ya se está riendo de ti. Si prestas atención los escucharás, porque no paran de reírse. No saben hacer otra cosa. Te llaman PIPO, no Venancio. Debes matarlos a todos. No debes dejar a ninguno con vida, para que no vuelvan a reírse de ti. A ver cómo se ríen cuando tengan un cartucho de postas entre pecho y espalda. No te queda otra opción. Son ellos los que te han obligado a ello. Tú no querías, pero no ta ha quedado otra opción. Si no lo haces, ya no podrás mirar a nadie a la cara. Y a ti no te pasará nada. Es en legítima defensa. Ellos se ríen y tu los matas. Estáis en paz.
No puede ser, pienso. No puede ser verdad lo que estoy escuchando. Me giro a ver la hora en el despertador, y son las 6:00 de la mañana. Es como una pesadilla. He estado toda la noche sin dormir escuchando la voz que me ordena matar a los que se rían de mí. Y no se callará si no hago lo que me dice. Cállate por favor, por favor. Pero esa voz sigue estando ahí dentro, diciéndome que tengo que matarlos.
Me ducho deprisa porque para estar en Sevilla a las 8:00 tengo que salir a las 6:30 del Aljarafe. El agua me despeja un poco, pero parece que la cabeza me va a estallar. Me visto, cojo las llaves del coche y me dispongo a salir, cuando ella me dice -¿no se te olvida algo?
-No, callate.
- Obedéceme, es por tu bien, hazme caso. Tienes que llevarte la escopeta. Luego veremos si la utilizamos o no. Pero llévatela inmediatamente. Hazlo o no me callaré nunca más.
Cojo la escopeta, la meto en su funda y la meto en el coche. Por fin se calla.

Sevilla, miércoles 9 de febrero. 9:30 h.
Estoy grabando pólizas y no quiero levantar la cabeza del monitor porque ya estoy empezando a escuchar risas. No quiero que la voz vuelva a hablarme. Me digo para mí mismo que los agentes de seguros se ríen de sus cosas. Cuentan chistes, se meten con el Betis, o vaya usted a saber. No quiero ni pensar en que la voz vuelva a hablarme. Pero las risas son cada vez más escandalosas. Ya puedo distinguir perfectamente frases como PIIIIPOOOO, jajajajaja, POOOOOPIIIIIII, jajajajaja, maldito grabador de pólizas, siempre sentado en esa mesas in poder moverse, y nosotros en la calle haciendo lo que queremos, jajajajajajajaja.
- Los estás escuchando- me dice la voz.
-Sí, se rién de mí- respondo.
- ¿Y qué vas a hacer?
- Matarlos a todos.
- Haces bien. No te preocupes. Yo me encargaré de que a ti no te pase nada. Adelante.
Dejo mi puesto y voy hacia el coche. Abro el maletero y me cuelgo la funda que contiene la escopeta. ¿Lo hago, lo hago? ¿Debo hacerlo? Me pregunto en el corto camino que hay desde el coche hasta la oficina. Sí. Ya te he dicho que no te queda otra posibilidad. Ellos te han llevado a hacer ésto. Se lo tienen merecido. Ya no se reirán de nadie más.
Vuelvo a estar en mi mesa. He sacado la escopeta. La he montado y está cargada lista para disparar. La tengo en el suelo debajo de la mesa donde nadie puede verla. ¿Debo matar a esta gente? Son personas como yo. ¿Y si no se estuvieran riendo de mi? ¿Y si dejo que se rían? De todas formas, tampoco es que me moleste tanto que se rían. Además, me meterán en la cárcel.
- Tienes miedo- dice la voz. Pero no debes tenerlo. Te contestaré a todas tus dudas. No son hombres como tú. Son zombies. No están vivos. Dejaron de estarlo hace mucho tiempo. Tú no los vas a matar, solo vas a hacer que dejen de reírse. Por eso no entrarás en prisión. El Juez comprenderá que al ser zombies no puede condenarte. No se puede condenar por homicidio por disparar a alguien que ya está muerto.
La voz tenía razón. Al próximo que se riera tendría que darle su merecido. Ya lo he decidido. Ni una más, Santo Tomás. Veo que se está acercando un agente hacia mí, es Críspulo Gumersindo Vaz de la Martirica. Un niño de papá que no pudo hacer carrera y al que la familia le abrió una agencia para que estuviera entretenido. No me lo puedo creer, pero con él viene el camarero guarro del remonte del barrilete, el bar donde desayuno. El culpable de mi diarrea. Ese hijo puta me ha hecho cagar de memoria, y ahora va a comer plomo.
- PIIIIIPOOOO, POOOOPIIIII, mira te presento a mi cliente Rafael Jonhatan Matitos de la Tosca. Acaba de firmar una propuesta de multi riesgo del negocio para su bar, y tienes que grabarla ya. Pero ya PIPO. Vamos muévete. PIIIIPOOO- dice mientras se parte de risa.
Yo imperturbable, lo miro fijamente a los ojos. Me da pena. Pero debo disparar contra él y contra el camarero. Son dos malditos zombies. Las carcajadas del resto de agentes se escuchan a un tono demasiado alto como para permitirlo.
- PIPO, ¿que te pasa? ¿Estás bien?- me pregunta el agente.
- Cállate zombie de mierda. Ya no volverás a reirte-. Me agacho lentamente y cojo la escopeta que tengo preparada. Apunto al pecho, pues si apunto a la cabeza y en el momento de disparar se agachan, podría fallar con el retroceso del disparo.
- Booomb. Le he disparado justo en el pecho. Ocho agujeros se ven perfectamente en su blanca camisa ahora teñida de sangre. El camarero está paralizado. Balbucea. Le apunto y me dice -no, por favor. Yo no le he hecho nada.
- Si lo has hecho. Te has reído de mí. Has separado el york con tus sucias uñas de luto. Y me has provocado una diarrea de la gran puta. Y eres un zombie. Por eso ya estás muerto.
- No, jamás volveré a reírme de usted. Se lo juro por Curro Romero.
- Booomb. El camarero ha salido disparado hacia atrás y yace junto al agente de seguros.
- No jures en falso, mamón. Miro por el ventanal y veo a agentes corriendo de un lado a otro y a varios directores mirando atónitos desde abajo. De reprente vuelve a entrarme el apretón. Tengo que ir al servicio porque puedo llenar todo esto de mierda. Cruzo el estrecho pasillo y llego al hall. Allí me encuentro con el Director de la sucursal, D. Felipe, con su engominado pelo.
- Hombre Venancio. El seguro obligatorio de la caza, supongo. Pero hazme caso y recuerda lo que te dije el otro día. Al trabajo hay que venir, duchado, desayunado y cagado.
- Booomb. Tu ya no te duchas más, hijo de una gran puta-. No he podido resistirme. Cuando disparé al agente me sentí mal, pero al tercer disparo ya me reconforta reventar a tiros a estos zombies.
La voz vuelve a hablarme. -¿Lo ves? Ya se están callando. Ya dejan de reírse. Ya no te molestarán más.
Pero ahora lloran. Estoy escuchando lamentos. ¿Por qué gritan así, asustados?
- Dame una explicación. Háblame. ¿No estás? ¿Ya te has ido?
Venancio dejó caer el arma al suelo, bajó las escaleras, salió por la puerta de la sucursal y miró al cielo. Vio un cielo celeste oscuro precioso. Con una luminosidad increíble. Es el cielo que solo puede verse en Andalucía. Un coche de policía frenó en seco delante de él y un policía se bajó desenfundando la pistola, apuntándole y diciéndole: -las manos en la cabeza donde yo pueda verlas.
Venancio volvió a mirar al cielo, comprendió que nunca más volvería a ser libre y contestó al policía: -vale, pero no te rías de mí.

NICOLÁS DOMÍNGUEZ VALENTÍN

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